venerdì 24 settembre 2010

Mi aventura con Klaus

(Otra historia de pura ficción, con alguna que otra inspiración con mi vida :))

Conocí a Klaus en Málaga el mismo día que terminaba el proyecto para el que yo trabajaba allí. Al día siguiente tenía que volver a la sede central de mi empresa consultora y reanudar mi labor en Madrid. Mi jefe, Moisés me había presentado tres meses antes la tabla de los 10 mandamientos de cualquier empleado desplazado, en la que aparecía en tercer lugar: “Utilizar el alojamiento facilitado por la empresa para fines únicamente profesionales”, que en otro modo podía describirse: “No seas pendón desorejado , no lleves a nadie a dormir al apartamento que tu empresa te paga, que no queda muy fino”
Pero cómo no iba a hacerlo. Klaus era sin género de dudas el hombre de mi vida, si ésta era corta, y un hombre muy guapetón con quien pasar unas buenas noches, si iba a vivir más tiempo. Era muy rubio, muy alto y muy alemán, por ese orden de importancia, aunque el orden de estos tres factores no alteraba el producto. Rubio como si lo hubieran pintado con pistola industrial: un solo tono y muy bien adherido. Alto como un mástil, tanto que cada vez que le quería dar un beso me planteaba la posibilidad de poner un andamio a la altura de su cadera para facilitar el proceso. Y alemán, desde que nació, sin remedio, y sin posibilidad de que soltara una palabra en otro idioma que no fuera el suyo. Menos mal que yo dominaba la lengua debido a mi gran afición, por no decir enfermedad, a adquirir y completar cualquier colección por fascículos que se pusiera a la venta en septiembre, un mes que da especial flaqueza a mi estima y como consecuencia también a mi monedero. Las más largas y completas fueron “Mandíbulas postizas de época”, poco higiénico pero revelador, y “Alemán como si hubiera estado usted allí al menos una noche”, que fue el que me suministró los conocimientos para mi aventura con Klaus
Resuelta a no perder la oportunidad de conocer al hombre de mis sueños ligeros por más de una noche, llamé a mi jefe, por su nombre y por teléfono suplicándole que me dejara tomar vacaciones esa semana (y utilizar uno de los dos apartamentos a disposición para los empleados si estaba libre) poniendo como excusa que mi hermano, que vivía en Australia porque no se me ocurrió nada más lejos, había comprado un billete para visitarme allí y me parecía una falta de integridad moral y fraternal no quedarme con él durante ese tiempo. Mi jefe, Moisés, que me debía más de una hora extra que jamás vendría remunerada se apiadó de mí y me concedió las dos cosas: las vacaciones y el apartamento: “pero así quedamos en paz con tus horas de más”, concluyó con su tono habitual entre simpático y amenazador, sin llegar a ser nada más que irritante y odioso.
Yo estaba flotando en una brisa de felicidad: una semana con mi alemán disfrutando de mi conquista en una ciudad encantadora y en un apartamento gratis, que es la palabra que siempre fermenta el placer. Era tal mi atracción por este mozo y mi satisfacción por el triunfo conseguido, que el hemisferio izquierdo de mi cerebro, que suele ser el que me da señales de advertencia, en su estado de embriaguez amorosa olvidó que mi jefe había reservado el otro apartamento (en el mismo pasillo que el que yo ocupaba) para visitar a los clientes allí, justo al día siguiente. Era la acostumbrada visita de cortesía posterior a nuestra intervención como Empresa consultora que yo había recortado de mi mente como la etiqueta de una camisa nueva
Así que al día siguiente de mi portentosa llamada, y después de una noche de amor intermitente, a las 8 y 10 para ser exactos, sonó el timbre de la puerta.
Mientras Klaus aprovechaba la improvisada alarma para aligerar su vejiga en el baño yo fui a ver quién importunaba a esas horas de la mañana a dos amantes tan bien avenidos. Cuando abrí la puerta esperando a algún vecino impertinente, me encontré a Moisés en albornoz y con el pelo enjabonado, tiritando y con una expresión que invitaba a todo menos a la broma. Soltó un rápido: “Ya sé que no son horas, pero no sale agua en mi baño, maldita sea. Por favor, mira a ver si han cortado el agua también en el tuyo, si no, me lavo aquí”, y dicho esto se lanzó al pasillo sorteando mi cuerpo como un jugador experimentado de baloncesto. Para entonces Klaus ya había comprobado que efectivamente el corte era general y me lo estaba diciendo, en su idioma, a voz en grito desde el otro lado del corredor, que por cierto era corto y por tanto sus berridos resultaban excesivos, pero no tuve ocasión para hacérselo notar, porque Moisés, que estaba a dos dedos de él y había mudado su expresión hacia una más detectivesca hizo las mismas apreciaciones que yo, pero en orden inverso:
“Qué alemán, que alto y que rubio es tu hermano, Cristina”. Y concluyó: “O es adoptado o tu eres una gran..” y añadió una palabra que aludía a mi generosidad para con el género masculino que en su momento no me sentó muy bien, pero ahora que lo pienso en frío tampoco.

mercoledì 15 settembre 2010

La tésis de Baltasar

Un bebé es un detector perfecto para un campo minado.
Prueben ustedes a dejarlo solo en una habitación y verán como es capaz de detectar aquello que más ensucia o que más les puede perjudicar y dirigirse hacia ello como una exhalación. Si hay un cepillo van a chuparlo, si es un enchufe a meter los dedos, si es un cuchillo a cogerlo como un sonajero. Los seres humanos sentimos una innata atracción por el peligro. El miedo es la madurez de nuestra conciencia que, a medida que se desarrolla se desprende de la osadía para hundirse en la prudencia.
Allí donde nació Baltasar, a los niños se les tiene encerrados en una jaula suspendida en las ramas de un árbol, y sólo se les baja para que sus madres puedan amamantarlos en los momentos del día que el jefe de la mirada lánguida pero cabello fuerte determine. Y esto ocurre hasta que cumplen los tres años para que no degenere su atracción por el peligro. Pasado ese periodo y hasta que cumplen la adolescencia no se les deja salir del poblado. LLegados los 12 años es tal el deseo de enfrentarse a lo desconocido y tanta la rabia acumulada que desarrollan un inigualable agresividad y valentía. Son excelentes guerreros, sanguinarios e inclementes. Se conocen hasta ahora 18 tribus enemigas, pero ninguna es rival. La palabra que en las distintas lenguas de los poblados vecinos equivale al nombre de la aldea de Baltasar es en todas ellas sinónimo de muerte.
Baltasar nació ciego. El jefe de la mirada lánguida determinó mantenerlo en la jaula hasta que cumpliera los tres años, la edad de “la libertad del alma blanca”, alimentándolo sólo con jugo de raíz. Una vez alcanzada la edad suficiente para salir de la jaula se le abandonaría en el bosque. Si merecía ser un guerrero, volvería al poblado vivo, si no, moriría para alimentar a los animales salvajes con su cuerpo defectuoso.
Tres días después del abandono forzado apareció delante de la casa de su madre acompañado de un tigre blanco. Después de horas de incertidumbre y observación se descubrió que el niño podía ver a través de los ojos de la fiera que permanecía mansa a su lado y no se despegaba ni un sólo metro de él. Nadie podía saber que el tigre había sido abandonado por la manada moribundo y que sólo la presencia de Baltasar permitía que permaneciera con vida, como si ambas criaturas destinadas a una muerte inmediata hubieran encontrado una simbiosis desesperada en contra de los instintos de su naturaleza en un esfuerzo extremo de lucha contra la crueldad de su especie.
La tésis de baltasar, que detallaré en mi próxima visita si ustedes me lo permiten puede resumirse así:“el miedo impide acercarse a tigres que pueden darnos la visión real del mundo”

venerdì 3 settembre 2010

Fiesta de las abejitas

Pongamos como hipótesis poco probable que a alguien le importara qué pienso acerca de algo, y en modo más concreto, qué pienso sobre el infierno y azuzado por la incertidumbre me preguntara: Teresa cómo te imaginas el infierno?, respondería sin dudarlo: "Una colchoneta, o una piscina de arena (depende del día me lo imagino de una manera u otra) repleta de bebes jugando y rodeada de padres soltando "deja eso que no es tuyo", "cuidado que te vas a caer", "no le des tan fuerte", "venga que nos vamos a ir". ESO es el infierno.

Tomando como premisa esto que he contado arriba, ayer estuve en la fiesta de bienvenida de la guardería de Paolo. Estaban invitados todos los padres y todos los hijos de las distintas "secciones" (Paolo pertenece a la sección abejitas, menudo nombre maricón). Nos recibieron en el jardín de la guardería.
En el momento que entré, vi materializado el infierno dantesco: niños de distintas edades correteando, gateando o simplemente tocando las narices y padres en grupitos hablando presumo, de "nuestras cosas", que hasta día de hoy puedo resumir en: cuánto cagan los hijos, cuánto duermen los padres y por último la competición acerca de los listos que son (los hijos) "pues el mío gatea desde los 5 meses", "el mio tiene ya 8 dientes" "pues el mío nos hace ya la declaración de la renta".

Yo me siento terriblemente incómoda con otras madres (que no sean amigas mías, claro, en cuyo caso me caen tan bien ellas que sus hijos me parecen una ricura, como el mío) porque me importa un huevo lo que me tienen que contar de sus hijos y ademas me parecen todos horribles. Me pasa como con los clientes de mi último trabajo que en las cenas empiezan a decirme cómo podríamos mejorar nuestros productos y a mi que me importa un auténtico churro tanto lo que ellos piensan como el desarrollo de la mierda de productos que vendo, respondo las primeras estupideces que se me ocurren mientras sudo como un pollo y me lleno la copa de vino para ir pasando el trago. Sólo que en una fiesta de guardería sólo te dan una mierda de zumo de melocotón, nada de cerveza, ni qué decir de pacharan, eso es un funeral!

Mientras esperaba sentada en un banco a que pasara un rato para irme, vi entrar a mi cuñada que llevaba también el niño (de casi un año) ,que, como me imaginaba, me saludó y se fue a hablar con las madres de su sección diciéndome "voy a socializar un poco aunque pufffff es un rollo hacerlo". Mi cuñada pertenece al tipo de madre "rollo alternativo", que como puedo inferir de su comportamiento se trata de vestir con lo que venden de descuento en los puestos peruanos de las fiestas de pueblo y hacer lo mismo que todo el mundo, pero soltando un "puffffff, es un rollo hacerlo" con aire desmayado de superioridad intelectual al final. Algún día profundizaré en este asunto.

Así que traté de imaginarme que niño podría tener la misma edad que Paolo, me acerqué a una negraza muy exuberante que llevaba un niño en brazos y le dije: "me imagino que esta será la compañera de Paolo este año", sonriendo a 50 dientes y me respondió con naúsea infinita "pero si sólo tiene 15 dias!, es la hermana de 2 años que está ahí la que entra", ante semejante fracaso (yo que cóño voy a saber cuanto tiempo tiene un niño!!!, si llevaran una etiqueta con la fecha de envase como las botellas de leche seria más cómodo) me volví a sentar y esperé a que pasara un rato decente para poder irme mientras me bebía la mierda esa de zumo de melocotón.

Pasé el resto del tiempo deprimida hablando con un par de madres de las abejitas (que nombre maricón), pensando que esto sólo es el principio, cuántos años me esperan de tomar zumo de melocotón. Mientras tanto, Paolo dormía tan ricamente. Se durmió cuando entramos al fiestón y se despertó cuando salimos. Le dije "qué listo eres cabrón", y me respondió con una de sus sonrisas que me derriten. Qué vida ésta